martes, 7 de julio de 2009

LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL ENTIERRO DE LAS MONARQUÍAS, ILLUMINATEN

V


LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL ENTIERRO DE LAS MONARQUÍAS, ILLUMINATEN





La masonería francesa muy pronto asumió el espíritu revolucionario. En 1746 en el libro La Franc-masonnerie, écrasée se describe cómo el verdadero programa masón coincide en grado asombroso con el programa de la Revolución Francesa de 1789 y la divisa de la revolución, Libertad, Igualdad, Fraternidad, había sido proclamada por el Gran Oriente de Francia.
De hecho, los principales de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII y de los líderes de la Revolución Francesa, fueron masones de los altos grados. Los Illuminati franceses contaban entre sus miembros al Duque de Orléans.
Los Illuminati, o Iluminados de Baviera, orden de culto satánico al ángel de la luz o Lucifer, nacieron en la noche del 30 de abril al 1 de mayo de 1776, en la noche en que desde hace muchísimos siglos se celebra la siniestra noche de Walpurgis.
Esta sociedad secreta, la peor reputada de los últimos siglos, fue fundada por el judío alemán Adam Weishaupt, catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Ingolstadt, que había nacido el 7 de febrero de 1748. Weishaupt fue educado por jesuitas, quienes en vista de su sobresaliente capacidad intelectual le impartieron orientación y más tarde lo ordenaron sacerdote de su orden, pero una vez descubrieron sus actividades peligrosas y, en contra de la ortodoxia, lo expulsaron. Weishaupt se dedicó entonces a consolidar sus iluminados y a dar a conocer en todo el mundo el símbolo que pronto se volvería célebre: Una pirámide con un ojo abierto en su interior (el ojo que todo lo ve).
Weishaupt y sus primeros cuatro adeptos se concentraron entonces en reclutar únicamente a personas bien situadas social o económicamente, ya que como solía repetir, no deseaba presidir una organización numerosa sino poderosa. Desde el principio recibió el apoyo económico del banquero Meyer Amschel Rothschild, tristemente célebre, no por haber sido tal vez el hombre más rico del planeta, sino por aparecer una y otra vez prohijando siniestras organizaciones secretas. A este banquero alemán (Rothschild) se le atribuye la lapidaria sentencia:
Permitidme fabricar y controlar el dinero de una nación y ya no me importará quien gobierne.
También se incorporó el barón protestante de Hannover, Adolph Franz Friedrich Ludwig Von Knigge, ya iniciado en la masonería regular. Von Knigge introdujo a Weishaupt en la logia Teodoro del Buen Consejo de Munich y luego logró seducir a personalidades de rango, como el príncipe Ferdinand de Brunswick, el duque de Saxe-Weimar, el de Saxe-Gotha, el conde de Stolberg, el barón de Dalberg, el príncipe Karl de Hesse y hasta las grandes figuras de las letras Herder, Lessing, Pestalozzi y Wolfgang von Goethe, todos engañados por los postulados de la orden.
Weishaupt preguntaba: ¿Cuál es nuestra finalidad? Y él mismo se respondía: ¡La felicidad de la raza humana! Y agregaba: Cuando vemos cómo los mezquinos, que son poderosos luchan contra los buenos, que son débiles... cuando pensamos lo inútil que resulta combatir en solitario contra la fuerte corriente del vicio... acude a nosotros la más elemental de las ideas: debemos trabajar y luchar todos juntos, estrechamente unidos, para que de este modo la fuerza esté del lado de los buenos, pues una vez unidos, ya nunca volverán a ser débiles.
¿Quién podría resistirse ante intenciones tan edificantes?
Este tipo de discursos que emplean todas las organizaciones masónicas y promasónicas del planeta como carnada, esconde los verdaderos propósitos de la masonería, que en el caso de los Illuminati sólo los conocían Weishaupt y sus más inmediatos colaboradores.
Una vez fueron descubriendo los verdaderos propósitos, Lessing se manifestó despectivamente acerca de la logia; Goethe describió las asociaciones masónicas y sus hechos como necios y pícaros y Herder escribió el 9 de enero de 1786 a Heyne: Sostengo un odio mortal a las sociedades secretas y como resultado de mi experiencia, tanto dentro de sus círculos más íntimos, como fuera de ellos, las mando todas al demonio por las constantes conspiraciones para dominar y por el espíritu de intriga que se arrastra bajo la cubierta.
Poco conscientes del amor propio, los sionistas siempre quisieron congraciarse con los grandes de este mundo, no importándoles qué pensaban acerca de ellos. Schopenhauer los llamaba “los grandes maestros de la mentira”; Immanuel Kant en “Anthropologie in pragmatischer Hinsicht”, Koenigsberg 1778 los llamó: Una nación de estafadores y J. W. von Goethe en “Wilhelm Maisterswanderfahre” afirmó: No toleraremos a los judíos entre nosotros; en otra de sus obras “Das Jahrmarktsfest zu Plunders Weiler” escribió: Su religión les permite robar a los no judíos y en “Tag und Jahresfeste” declaró: Yo me abstengo de toda cooperación con los judíos y sus cómplices. No obstante, ellos reaccionan para tratar de encubrir tan prominentes conceptos, creando la Sociedad Schopenhauer, La Sociedad Kant y la Sociedad Goethe, entre otras y haciéndoles creer a los ingenuos con frases y adhesiones inventadas, que estos maestros eran de los suyos, o por lo menos, sus admiradores.
El mismo Santo Tomás de Aquino comparaba nuestra relación con los sionistas con un viaje en barco durante el cual, mientras los cristianos se ocupan del timón, los judíos saquean la bodega y abren agujeros en el casco.
Nesta Webster, profunda conocedora de este tema y autora, entre otros, de El Complot contra la civilización, enumera así las seis metas de los Illuminati, que coinciden como era de esperarse, con propósitos de la masonería universal:
1°. Aniquilación de la monarquía y de todo gobierno organizado según el antiguo régimen.
2°. Abolición de la propiedad privada para individuos y sociedades.
3°. Supresión de los derechos de herencia en todos los casos.
4°. Destrucción del concepto de patriotismo y sustitución por un gobierno mundial.
5°. Desprestigio y eliminación del concepto de familia clásica.
6°. Prohibición de cualquier tipo de religión tradicional (En el punto 6° hay que omitir como es sabido, la del Antiguo Testamento).
La mayoría de edad y la presentación en sociedad de los Iluminados de Baviera tuvo lugar en París en la orgía de la Revolución Francesa. El ojo que todo lo ve estaba incrustado en los boletines de los clubes jacobinos.
La masa arrastrada al baño de sangre ignoraba que sus sagrados símbolos de la Revolución, no eran otra cosa que emblemas masones, como el gorro frigio, los colores de la bandera de la república (azul, blanco y rojo que eran los distintivos de los tres tipos de logias existentes en la época), la escarapela tricolor (inventada por Lafayette, francmason carbonario), la divisa Libertad, igualdad, fraternidad, e incluso La Marsellesa (himno compuesto por el masón Rouget de L´Isle e interpretado por vez primera en la logia de los Caballeros Francos de Estrasburgo).
Fueron masones, desde los teóricos y propagandistas más destacados de la Revolución: Montesquieu, Rousseau, D´Alembert, Voltaire y Condorcet, hasta los activistas más reconocidos de El Terror, de El Directorio y hasta del Bonapartismo, como Mirabeau, Desmoulins, Marat, Robespierre, Danton, Sieyès, Fouché y el mismo Napoleón.
En Las Leyendas y Archivos de La Bastilla, el experto Christian Funck Bretano asegura que los alborotadores profesionales que instigaron y engañaron a la masa para la toma de La Bastilla, fueron contratados por los Illuminati y movilizaron a auténticas bandas de criminales reclutados en Alemania y Suiza. Estos se encargaron también de fomentar el desorden en París en los días previos a la revolución.
La turba fue incitada a liberar a los muchos y torturados presos políticos que agonizaban en La Bastilla. Según los historiadores más confiables, en el momento del asalto y destrucción de la cárcel, esos presos eran siete, a saber: Dos locos de nombres Tavernier y Whyte que los republicanos luego encerraron en el manicomio de Charenton; el Conde de Solages que era un libertino juzgado y condenado por diferentes crímenes y cuatro estafadores, Laroche, Béchade, Pujade y La Corrège, todos ellos encarcelados por falsificar letras de cambio en perjuicio de los banqueros en París.
Otros historiadores afirman que había un octavo convicto, el libertino Donatien Alphonse Francois, más conocido como el Marqués de Sade, quien precisamente en La Bastilla escribió algunas de sus más famosas obras: Aline y Valcour, Las 120 jornadas de Sodoma, Justine o los Infortunios de la Virtud.
Esto fue, pues, lo que los masones consagraron como el heroico suceso popular de la toma de La Bastilla.
Pero como todos los movimientos perpetrados por sinuosas alimañas, la Revolución Francesa degeneró en una cadena de traiciones. Herbert fue guillotinado con el visto bueno de Danton y éste a su vez subió al patíbulo empujado por Saint-Just y Robespierre.
Éste último había sido designado en persona por Adam Weishaupt para conducir la revolución. En la conjura de Termidor (27-7-1794) también rodaron las cabezas de Saint-Just y de Maximilien Robespierre, el destacado miembro de los jacobinos y del convento, quien promovió la ejecución de Luis XVI y llegó a ser prácticamente el dictador de Francia durante el régimen jacobino del Terror.
En la preparación de la Revolución Francesa, la francmasonería selló la alianza con la filosofía públicamente por la iniciación solemne de Voltaire el 7 de febrero de 1778 y la recepción de la túnica masónica, del famoso materialista Hermano Helvetius.
Voltaire fue introducido con gran pompa en la logia Les neufs Soeurs por el masón Benjamin Franklin y fue quien dirigió la revolución mundial anticristiana. Su odio contra la Iglesia pasó a la historia con su lema: Ecraséz l´infame, (Destruid la infame). Su saña anticristiana hizo escuela y fue quien más influyó a los otros exponentes de la ilustración. Este exalumno del colegio jesuítico Louis – le – Grand, varias veces desterrado, hasta de la corte de Federico el Grande de Prusia, dejó una marca indeleble en los enciclopedistas franceses, entre ellos, en Diderot (1713 – 1784), quien influido por el empirismo inglés, por el materialismo y el ateismo de la ilustración francesa, dejó la lapidaria sentencia: El mundo no será más feliz, hasta que el último rey sea ahorcado con las tripas del último cura.
Los derechos del hombre, que ha sido otra máscara de la masonería para confundir, hacer falsas imputaciones y agredir, fue programa de la Revolución Francesa, después, exportado a todo el mundo.
Juan Pablo II en Memoria e Identidad (Planeta, 1ª. Edición; Febrero 2005, capítulo 2, Ideologías del Mal, pág. 25) hablando del comunismo, del nazismo, del aborto, de las familias entre homosexuales, afirma:
Se puede, más aún, se debe, plantear la cuestión sobre la presencia en este caso de otra ideología del mal, tal vez más insidiosa y celada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia.
No es coincidencia que en la primera sesión – acta n° 1 de Los Protocolos de los Sabios de Sión (Los Protocolos de los Sabios de Sión 6ª. Edición, Editorial Época S.A. Emperadores No. 185, México 13, D.F.), se lea:
Un hombre destinado a reinar, aunque sea un imbé- cil, si ha recibido la educación necesaria, lo hará; mientras que otro aunque fuera un genio, si no la ha recibido, no comprenderá nada de la política.
¡Todo esto se les ha escapado a los gentiles!
Sobre esas bases fue fundado el régimen dinástico (Pág. 48) Fuimos nosotros los primeros en gritar al pueblo: LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD, (Pág. 47)

Más tarde en el siglo XIX, la masonería con su organización satélite de los carbonarios, impulsó el movimiento revolucionario italiano y sus líderes Mazzini y Garibaldi son elogiados como los miembros más distinguidos de la masonería italiana.
Pero dada su importancia y su posterior influjo planetario, volvamos a la Revolución Francesa.
La masonería oculta logró que el poco dotado e ingenuo monarca absoluto de Francia Luis XVI se iniciara en una logia y consiguieron que el rey llenara de masones su gobierno y sus fuerzas armadas, que eran el sostén principal de la corona. La policía también cayó en manos enemigas.
Sabían que para hacer triunfar la revolución deberían dividir a la nobleza y fue así como supieron explotar el espíritu ambicioso del Duque de Orléans y Chartres, primo del rey, haciéndole creer que a través de la masonería podría él convertirse en el rey mediante el apoyo a la revolución que derrocaría la monarquía absoluta para suplantarla por una monarquía democrática con él a la cabeza. Habían pues enganchado con engaños al hombre más influyente de Francia al carro de la revolución.
Para alcanzar sus propósitos, la Sociedad de Sociedades acordó federar los ritos masónicos de Francia en un Gran Oriente y eligieron para la máxima jefatura masónica de esos tiempos al Duque de Orléans y Chartres como El Gran Maestre del Gran Oriente de Francia.
Pero en realidad, los judíos clandestinos como Robespierre (familia que siglos atrás había cambiado el nombre judío alemán Rubinstein por el muy francés Robespierre) tenían ya decidido que la instauración de una monarquía constitucional y democrática sólo sería un paso transitorio para pescar adeptos desprevenidos. Lo que pretendían no era distinto a lo que siempre quisieron y que está consignado en los Protocolos de los Sabios de Sión, o sea, derrocar toda monarquía e instaurar repúblicas manejadas por las fuerzas secretas del sionismo.
El Duque de Orléans cometió el crimen de votar en la Convención por el asesinato de sus primos y una vez fueron decapitados en la guillotina Luis XVI y María Antonieta, creyó llegado el gran momento para que la Convención, o sea la máxima instancia del Gobierno Revolucionario, lo instaurara como nuevo monarca. Pero el Gran Maestre del Gran Oriente de Francia no intuía quiénes eran los verdaderos manejadores de los hilos de las marionetas y debió constatar desilusionado cómo los jerarcas masones empezaron a fallarle y a conspirar en la Convención, en el ejército y en la policía para que fuera abolida definitivamente la monarquía e instaurada la República.
Furioso el Duque de Orléans, que se había dado el apelativo de Felipe Igualdad, en su calidad de Jefe supremo de la masonería, como Gran Maestre del Gran Oriente, declaró disuelta la orden masónica, porque un poder oculto infiltrado, violaba sus constituciones y la desviaba de sus verdaderos fines a fines perversos.
El decreto de disolución del Duque fue desobedecido y sus “leales hermanos de fidelidad y obediencia” votaron en la Convención llevar a la guillotina al Duque de Orléans y Chartres y su cabeza fue también cortada.
Felipe Igualdad, quien había gastado la mayoría de su fortuna para financiar la revolución, como idiota útil había ayudado a preparar su propio cadalso.
Federico Nietzsche en su obra Más allá del bien y el mal, en la segunda parte, El espíritu libre No. 38 (Ver 3ª. reimpresión de Febrero de 2003 de Editores Mexicanos Unidos S.A.), dice:
De la misma manera que, en pleno siglo de las luces, estalló la Revolución Francesa, acontecimiento tan falso y siniestro como inútil, pero en la que los nobles y los entusiastas espectadores de toda Europa han mezclado apasionadamente y durante tanto tiempo sus propias revueltas y sus propios entusiasmos, dándole ilusorias interpretaciones, una noble posteridad podría hacerse ilusiones respecto al pasado y quizá llegara a interpretarlo de un modo tolerable. Pero, ¿no ha sucedido esto ya? ¿no somos nosotros esa noble posteridad?
El pueblo francés fue engañado y no intuyó que había reemplazado los excesos de su monarquía, por un régimen masón perverso.
Lejos de nosotros querer defender a rajatabla un sistema político, tampoco una mala monarquía, como las ha habido con frecuencia, pues ni a los monarcas se les borran sus miserias humanas el día de su coronación. La historia verdadera, y valga esta triste redundancia, ha documentado suficientemente el boato y despilfarro, acompañados de la vida hedonista e inmoral que se vivía en Versalles. Tampoco desconocemos la frivolidad de María Antonieta, una niña, que aún con olor a leche arrancó la política del seno de su imperial madre para hacerla reina en un país extraño al lado de un delfín débil y abúlico, que sólo consumó su matrimonio años después, cuando fue intervenido quirúrgicamente. La reina venida del Danubio quiere liberarse de las imposiciones de Versalles y hace del palacio de Trianon su juguete preferido, donde sin sentido de las proporciones bota el dinero a raudales sin preocuparse, en un país agobiado por el déficit y el hambre.
Como la masonería necesitaba su chivo expiatorio, empezó una campaña de desprestigio y pronto, los panfletos llenos de falsas imputaciones, pues la mayoría eran calumnias, fueron llegando a manos de un pueblo desesperado y después, a toda Europa. ¿Qué no se le enrostró a esa pobre víctima? pues como afirmó Mirabeau: “el único hombre con que cuenta el rey, es su mujer” y quien estaba con la Revolución, tenía que estar contra la reina, hasta que el acontecimiento desencadenante de su desgracia y la de la monarquía, fue el escándalo del Episodio del Collar.
Esta increible estafa fue escenificada por una advenediza, que por esos golpes del azar, conoció en un bar a un oficial de la gendarmería para convertirse en Madame La Motte y después a través de intrigas, en una Condesa de Valois. Enredó al Cardenal Rohan, un ambicioso con sangre de las familias más nobles de Francia, quien creyendo que al ganarse el favor de la reina se convirtiría en Primer Ministro, accede a servir de fiador de la reina ante los joyeros Böhmer y Bassenge, sin su conocimiento para que obtuviese el collar, la más valiosa joya conocida por el desorbitante precio de un millón seiscientas mil libras.
Aunque se pudo demostrar que la reina despreciaba a los personajes involucrados, La Motte y Rohan, y nunca les había dirigido siquiera una palabra, y que los esposos La Motte habían vendido las piedras del collar en el mercado negro de Londres, los maestros de la trapisonda movieron todos los hilos e intrigas para hacer absolver libre de toda culpa al cardenal y facilitar la huída de la estafadora La Motte de la cárcel Salpêtrière y trasladarla a Londres, desde donde empezó la más sucia campaña de difamación de María Antonieta y la hizo aparecer, hasta de amante de Rohan.
Quienes se quieran adentrar más en esta historia, lean la estupenda biografía de Stefan Zweig, MARIE ANTOINETTE, Herbert Reichner Verlag, Viena – Leipzig – Zurich, edición 1936.
Lo que sí queremos aquí es llamar la atención de tántos incautos que aún ignoran los golpes bajos de la masonería y creen que una monarquía absolutista y derrochadora que ignoraba las penurias del pueblo, fue reemplazada por una panacea.
Parafraseando a un gran estadista podemos afirmar hoy, que la monarquía es el menos malo de todos los gobiernos conocidos y que sólo precisaba de unos ajustes necesarios. Pero reemplazarla por el monumental engaño de la fementida democracia masónica fue el verdadero azote de la humanidad.
La Conjura de Termidor desembocó en el Directorio constituido por masones y allí aparece otra vez del lado de los salvados y, como no, el traidor Joseph Fouché y el vizconde de Barrás, quien era, según todo indica, miembro de los Illuminati y fue el encargado de elegir a Bonaparte para comandar el ejército de Francia, a pesar de su juventud y de su inexperiencia, pero Napoleón ya había ingresado durante su campaña de Italia en la logia Hermes de rito egipcio.
El historiador británico Mc Nair Wilson coincide con otros historiadores en afirmar que Bonaparte no fue más que un instrumento en manos de los Illuminati y que lo sacaron del juego cuando empezó a tomar decisiones por su cuenta en lugar de acatar ciegamente las órdenes que recibía en secreto. De todos modos está demostrado que los hermanos Nathan y James Rothschild financiaron los ejércitos del Duque de Wellington, vencedor de Napoleón en Waterloo y que la casa Rothschild, en uno de aquellos monumentales engaños financieros que tan hábilmente perpetran, esparció en Londres la falsa noticia de la derrota de Wellington, la cual derrumbó la Bolsa de Londres, y que los Rothschild compraron a través de terceros las devaluadas acciones y papeles, obteniendo utilidades astronómicas. Otra vez recuperaban con creces, como siempre, sus inversiones políticas.
Aunque reza el aforismo que “entre bomberos no se pisan las mangueras”, fue Napoleón el único capaz de chantajear al eterno Ministro de Policía, no porque no fuesen ampliamente conocidos los crímenes de Fouché, sino porque tenía el poder que se lo permitió. ¿Contribuyó acaso Fouché a la caída de Bonaparte?
Fouché, el despreciable e insuperable campeón de la deslealtad, del disimulo, del artificio y de la falsedad, murió en el exilio en Trieste el 25 de Diciembre de 1820, después de haber sido un desterrado indeseable en Praga y en Linz (Austria).
Quienes quieran adentrarse más en el siniestro espíritu de un conspirador masón, lean el magistral retrato que le hizo a éste trapacero el brillante escritor judío vienés Stefan Zweig, bajo el título Joseph Fouché.
“Le plus dégoütant reste de la revolution”, “La más repugnante basura de la revolución”, como fue llamado por la nobleza francesa este oportunista que en Lyon hizo acribillar a cañonazos a centenares de sacerdotes y de aristócratas y que exigió en la Convención la muerte de su Rey Luis XVI, consiguió de Luis XVIII, hermano del guillotinado monarca, que como lo calificó Zweig, “el más digno y el más indigno de los testigos” sirviera como primer testigo en el contrato de matrimonio de Foúché con la condesa de Castellane.
El otrora mayor de los jacobinos, que en 1793 había entrado a las iglesias empuñando el martillo para destruir crucifijos y altares como “símbolos vergonzosos del fanatismo”, entró esta vez a la iglesia el primero de agosto de 1815 con su noble prometida para recibir la bendición de un portador de la mitra, mitra a la que en 1793 le había hecho colocar como burla, unas orejas de burro.
“Traidor nato”, “intrigante despreciable”, “resbaladiza naturaleza de reptil”, “desertor de oficio”, “inmoral mezquino”, “alma ruin” y todos los apelativos con que se ha calificado a este espécimen del género humano, se quedaron cortos ante las prácticas de este tristemente célebre y tardío Duque de Otranto.
Los Illuminati se dieron después de la caída del pequeño Corso a la reordenación y redistribución de los territorios conquistados y a través del Congreso de Viena, que fue la careta de secretas negociaciones, restauraron la débil monarquía de Luis XVIII en Francia y escogieron a Suiza como país neutral que sirviera sus intereses.
Nadie sospechaba que el Ministro de Exteriores de Austria que presidió el Congreso de Viena y pasó a la historia como “árbitro de la paz”, el príncipe Klemens von Metternich, era un agente de los Rothschild. Otra vez otro aristócrata serviría engañado de idiota útil de la masonería.
Ya afirmaba el gran Honoré de Balzac: “Hay dos historias, la oficial, embustera, que se enseña ad usum defini y la real, secreta, en la que están las verdaderas causas de los acontecimientos; una historia vergonzosa”.
William Guy Carr, ex agente del servicio secreto británico, en su libro Peones en el Juego, publicó parte de la correspondencia mantenida entre Giuseppe Mazzini y Albert S. Pike entre 1870 y 1871, que hoy se conserva en los archivos de la biblioteca del Museo Británico.
Pike le comunicó a Mazzini en una carta fechada el 15 de agosto de 1871, el plan que tenían previsto los Illuminati:
Fomentaremos tres guerras que implicarán al mundo entero. La primera de ellas permitirá derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar a ese país en la fortaleza del COMUNISMO ATEO necesaria como antítesis de la sociedad occidental.
Los agentes de la Orden (Illuminati) PROVOCARÁN DIVERGENCIAS ENTRE LOS IMPERIOS BRITÁNICO Y ALEMÁN, A LA VEZ QUE LA LUCHA ENTRE EL PANGERMANISMO Y EL PANESLAVISMO. Un mundo agotado tras el conflicto no interferiría en el proceso constituyente de la nueva Rusia, que, una vez consolidada, sería utilizada para DESTRUIR OTROS GOBIERNOS Y DEBILITAR RELIGIONES.
Los Illuminati creyeron que al crear una nueva sociedad contraria a la occidental, entonces regida por el cristianismo, la monarquía y la libre empresa, lo suficientemente poderosa como para arrebatar su lugar en el mundo, aunque no tanto destruirla, y manteniendo una guerra entre ambas durante varias generaciones (la guerra fría), las masas de uno y otro bando se agotarían y reclamarían a gritos la paz y el entendimiento entre ambos mundos. Ello daría lugar a una gran sociedad occidental globalizada cuyos principios e hilos serían manejados desde la sombra por los Illuminati.
Las dos Guerras Mundiales ya son cosa del pasado, con todas las secuelas de pérdida de nacionalidades y de valores y con el afianzamiento del poder masónico en casi todo el globo.
La tercera y definitiva guerra la están preparando a pasos de gigante contra el Islam, y ya en casi todos los cerebros lavados del planeta los medios de masas sionistas han grabado la falacia de que el Islam y el terrorismo son una misma cosa y le han hecho creer al mundo que los inventores del terrorismo fueron las organizaciones musulmanas de defensa y no, como la historia lo demuestra, que los primeros inspiradores de esos actos criminales de chantaje, fueron organizaciones masónicas.
Continuando con los Protocolos:
Hace falta darse cuenta de que la fuerza de las masas es ciega, desprovista de razón en su discernimiento y que, oscila sin voluntad, de un lado para otro. (Pág. 46 de los Protocolos citados)
Más adelante se lee:
Sin el despotismo absoluto es imposible la civilización, porque la civilización no puede avanzar más que bajo la protección de un jefe, cualquiera que sea, con tal de que nunca esté en las manos de las masas. (Pág. 46)
En cuanto el pueblo cree que ha conquistado la libertad, se da prisa para convertirla en anarquía, que es la representación más perfecta de la barbarie. (Pág. 47)
En los países cristianos, el pueblo está embrutecido por el alcohol, la juventud está trastornada por la intemperancia prematura en la que nuestros agentes la han iniciado cubiertos con distintos disfraces: preceptores, criados, institutrices de las casas ricas, empleados, prostitutas y es preciso añadir a estas últimas las que se conocen con el nombre de femmes de monde, sus imitadoras voluntarias en materia de lujo y corrupción. (Pág. 47).
Y más adelante en esta misma primera sesión en las páginas 48 y 49 se lee:
Como luego veremos esto fue lo que nos dio la victoria y nos proporcionó, entre otras cosas, la abolición de privilegios, o en otros términos, la de la existencia de la aristocracia de los gentiles, única protección que tenían contra nosotros, las naciones y los países.
Sobre las ruinas de la aristocracia natural y hereditaria nosotros levantaremos, sobre bases plutocráticas, una aristocracia nuestra.
Esta nueva aristocracia es la riqueza, que siempre estará bajo nuestra inspección, y la ciencia que nuestros sabios nos han enseñado. (Págs. 48 y 49)
Ocho años después de depositados, sin lugar a dudas, estos textos en el Museo Británico, fue asesinado en Sarajevo el Príncipe Francisco Fernando, heredero del Emperador de Austria y Rey de Hungría, Francisco José I, desencadenándose así la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial que dio al traste con las monarquías de Austria, Hungría, Alemania y Rusia y posteriormente, por el efecto dominó, cuyas fichas eran colocadas hábilmente por los sionistas y sus pajes, fueron cayendo las monarquías de los Balcanes, del resto de Europa y poco a poco, del resto del mundo.
Sólo Inglaterra conserva una cabeza coronada pero sin poder político, ni militar, ni económico y España pudo reinstalar un rey, pero también carente de poderes.


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