martes, 7 de julio de 2009

AGIOTAJE – INFORMACIÓN – CHANTAJE

I


AGIOTAJE – INFORMACIÓN – CHANTAJE






Quienes creen que la convivencia entre los hombres sería civilizada dotándolos a todos de riquezas, desconocen el alcance de la codicia, cuyo apetito no se sacia con tener, sino con tener más que los demás.
Con el poder sucede lo mismo que con las riquezas, esto es, que el hombre se siente impelido a estar por encima de sus congéneres, lo cual crea una guerra de emulación sin fin.
He allí las fuerzas capaces de subvertir todo orden.
Desde el comienzo, al hombre no lo contuvo ninguna barrera y pasó por encima de dioses, leyes y religiones tratando de convertirse él mismo en dios, en ley y en religión y para ello debió emplearse a fondo en resolver el gran interrogante de: ¿Cómo detentar riqueza y poder, sin riqueza y sin poder?
Concluir que quien no tenga con qué satisfacer sus necesidades básicas, que padezca hambre, que padezca frío, no es dueño de sí mismo y pierde su libertad, pareció, como lo es, obvio.
¿Cómo aprovecharse de esta vulnerabilidad?
Accediendo a los sobrantes de unos para cubrir con ellos los faltantes de otros, fue la respuesta inobjetable.
Pero, ¿cómo lograrlo y lucrarse de la operación?, planteó un problema, para ese entonces, difícil de resolver.
La naturaleza suministró la solución: la satisfacción de toda necesidad es pagada con una recompensa.
Había, pues, que ofrecer un aliciente a quienes aceptaran entregar en custodia sus sobrantes y pedir a cambio una compensación para ponerlos a disposición de los necesitados.
¡Nacía el agiotaje!
Para asegurar la devolución de lo prestado con sus intereses, el agiotista exigió prendas y quien no las podía suministrar, debía oír impotente que su prenda la constituía su propia integridad personal.
Ambas modalidades fueron desde el principio igualmente bienvenidas por el prestamista, pues la prenda siempre tuvo un valor desproporcionadamente mayor que el préstamo garantizado, así que el incumplimiento en el pago de lo prestado fue cada vez más deseado por el usurero, hasta que esta modalidad se fue convirtiendo en forma extorsiva de apropiarse de los bienes de los necesitados por sumas mezquinas.
Para quien no dispusiese de prenda, la compensación o el interés exigido fue mucho mayor y las amenazas fueron con el pasar del tiempo más despiadadas, hasta convertir al impotente deudor en un esclavo del agiotista que lo seguía explotando, muchas veces, de por vida.
No estaba lejos Erasmo de Rotterdam (1466 – 1536) cuando en Schenck escribió:
...Es un robo y una explotación del hombre pobre por el judío, tal que ya no se puede sufrir –y que Dios tenga piedad. Los judíos-usureros se establecen firmemente hasta en los más pequeños lugares, y si prestan cinco Gulden, toman seis veces más como garantía y toman intereses del interés y de éste de nuevo intereses, de tal modo que el hombre pobre pierde todo lo que tiene.
Este lucrativo negocio debía protegerse para que no cayera en manos extrañas, o sea, debía eliminarse la competencia. Sólo un pueblo, unido por fuertes vínculos religiosos y raciales, pareció tener la connivencia requerida para monopolizar el papel de intermediario: el pueblo judío. Aunque la ley mosaica prohibe la usura y la especulación entre ellos, cuidando que un judío nunca se enriqueciera a costa de otro judío, su “Ley de Extranjeros”, dice: Al extranjero prestarás a usura, con tu prójimo no debes hacerlo. No obstante, en Israel se debió establecer la Ley del Jubileo, que ordenaba que cada cincuenta (50) años se condonaran todos los intereses y todo empezaba de nuevo. Con esta ley se pretendía proteger al propio Israel de sus mismos hijos.
Años más tarde THOMAS CARLYLE (1775 – 1881) constataba:
...En realidad y espiritualmente los judíos sólo comercian con el dinero, el oro y los trajes viejos; no han contribuido con nada de verdadero valor.
Nos cuenta la historia, que cuando Ciro autorizó a los judíos el regreso a Palestina, terminando su cautividad en Babilonia, una mayoría ignoró a Sión y se quedó en la opulenta Babilonia, donde se encontraban a sus anchas disfrutando de sus especulaciones financieras y otras afines.
En un principio el negocio alcanzó regiones limitadas por montañas y mares y con el pasar de los siglos fue adquiriendo cubrimiento planetario empujado por una facción que interpretó políticamente los mandatos religiosos de los libros sagrados, según los cuales, los judíos son el pueblo escogido por Yahvé para reinar sobre la tierra, como fue prometido a Abrahán.
Con el pasar del tiempo fueron refinando un sistema que les permitiese vivir sin producir, hasta llegar a consolidarlo y revestirlo de actividad honorable, respetable e indispensable, para lo cual debieron, con sus mañas, rediseñar el funcionamiento de la economía. Se trata por supuesto de la banca, que convirtieron en la dictadora de la economía y no en un instrumento de ésta última como debería ser.
Éstos ya habían pasado por diferentes pruebas y ensayado sistemas económicos opuestos. Los esenios practicaron la comunidad de bienes y los publicanos, en tiempos de la ocupación romana de Palestina, fungieron como arrendadores de los impuestos y rentas públicas, así como de las minas del Estado. Jesús de Nazaret escogió a uno de ellos, a Levi, a quien encontró sentado en el Telonio recaudando impuestos, para que lo siguiera, convirtiéndose en el apóstol Mateo y posteriormente en santo del cristianismo. Sus mismos correligionarios consideraban a los publicanos como pecadores, por recaudar de prójimos, esto es, de hermanos judíos.
El grupo que más influencia tuvo, especialmente en tiempos de Jesús, fue el de los fariseos, que como partido político–religioso había surgido dos siglos antes de Cristo. Estos se apegaban estrictamente a la ley mosaica y, como estudiosos de las escrituras en sus escuelas de la ley, adquirieron un poder determinante.
Como se apegaron a la letra y no al espíritu de la Ley, Jesús los llamó sepulcros blanqueados y hasta nuestros días el término fariseo tiene la connotación peyorativa de hipócrita, que muchas veces se hace injustamente extensiva a otros hermanos de religión no politizados.
Los saduceos fueron los miembros de un partido religioso conservador a órdenes de los sacerdotes de los judíos. Rechazaron la tradición oral y condenaron la creencia en la resurrección de los cuerpos, en los ángeles y en la inmortalidad del alma; sus enemigos fueron los fariseos. A los saduceos se les señala como los enemigos más furibundos de Jesús y los que lograron que se le quitara la vida.
Otro grupo, el de los helotes, debía ocuparse de la agricultura y, en tiempos de guerra, servir de escuderos. Los helotes estuvieron como esclavos del Estado espartano.
Los zelotes fueron la rama rebelde de los judíos y quienes se opusieron a la ocupación romana. De éstos surgieron los sicarios u hombres del esquilete o daga y asesinaban a los colaboracionistas, que fueron principalmente los fariseos.
Los sicarios tomaron su nombre de sica, que así se llamaba la espada corta o daga que usaron.
El historiador judío Flavius Josephus, nacido en Jerusalén en el año 37 y muerto en Roma en el año 100 como protegido de Vespasiano y de Tito, y que había sido uno de los comandantes del levantamiento judío contra Roma entre los años 66 y 70, escribió la controvertida historia del suicidio colectivo de los sicarios y sus familias en Masada.
Ésta fue la fortaleza construida por Herodes en una cima situada al pie del Mar Muerto al sur de Jerusalén y se consideraba inexpugnable. Allí se refugiaron los últimos sicarios bajo el mando de Eleázar, quien les había convencido de que nadie podía esclavizar a los judíos. Los sicarios cometieron supuestamente suicidio colectivo en Masada después de haber dado muerte a sus esposas e hijos. A unas mujeres y niños que sobrevivieron escondidos se les atribuye haber narrado esta historia.
Johanan Ben Sakai ya había predicado No importa quién gobierne tu país, lo importante es quién gobierne tu corazón.
Éste huyó para impedir la desaparición del judaísmo y creó en el exilio una escuela de donde nació el rabinismo.
Bar Kochb´a que significa en hebreo “hijo de las estrellas”, hizo un último intento contra la Roma del emperador Adriano y dirigió la rebelión judía contra los romanos entre los años 132 y 135, siendo derrotado. Muchos creyeron que éste era el mesías.
Eufrates, el pensador romano del siglo I, que no era profeta, sino un agudo observador, le informaba al Emperador Vespasiano:
Los judíos hace tiempo que están en rebelión no sólo contra Roma, sino contra la humanidad.
Akiba Ben Joseph sirvió a órdenes de Bar Kochb´a durante el levantamiento judío (132 – 135), cayó prisionero y fue desollado vivo.
Los romanos destruyeron Jerusalén y del templo construido por segunda vez bajo la dirección de Esdras y Nehemías entre los años 536 a 416 antes de Cristo, después del cautiverio en Babilonia y terminado durante el reinado de Herodes, no dejaron piedra sobre piedra, cumpliéndose lo que había prenunciado Jesús de Nazaret cuando lloró sobre Jerusalén. Empezó así la diáspora anunciada por los profetas. La primera diáspora se dio en los días de Antioco Epífanes y por esa razón hubo comunidades hebreas en todo el mundo helénico.
Fue en tiempos de Esdras y Nehemías que se implantó la ley racial que prohibió que judíos se casasen con no judíos, convirtiéndose prácticamente en la primera medida de discriminación racial de que tengamos noticia y generándose con ello una gran endogamia, pues de los tres o cuatro millones de judíos de esa época, que fueron mezcla de muchas razas, principalmente armenios, descienden, con muy pocas excepciones, las aproximadamente dos decenas de millones de judíos de la actualidad.
Aunque la dispersión se realizó a todos los puntos cardinales, supo conservar su unidad a través del sanedrín que sigue reuniéndose una vez al año en cualquier lugar secreto del orbe y obedece ciegamente los mandatos del exiliarca, cuya existencia sigue siendo el secreto mejor guardado en este mundo.
Los judíos emigrados a Europa fueron objeto de muchas expulsiones a causa de los continuos engaños de su brazo político y en muchas naciones se les toleró, pero permitiéndoseles solamente los oficios de ropavejero o de prestamista. Debido a que con el oficio de prestamistas, que siempre supieron desempeñar con lujo de habilidades, alcanzaron poder económico, fueron llamados como “consejeros de monarcas” y desde esas posiciones organizaron explotaciones despiadadas para congraciarse con la corona, pero granjeándoles el odio y el desprecio de los pueblos explotados.
A través del manejo financiero y de la información, siempre supieron ganarse los sitios más cercanos al poder, o el mismo poder político.
El movimiento más importante de la diáspora, fue sin duda la travesía del Atlántico. Los judíos habían alcanzado en España antes de los viajes de Colón su época dorada y dieron el salto al continente americano en las carabelas de don Cristóbal, primero al sur del continente y de allí a Nueva York, donde afianzaron su poder.
Que con especulaciones llegaran a convertirse en factores determinantes del quehacer económico, fue sólo asunto de tiempo.
Cuando la acumulación de riqueza alcanza determinadas cotas, ésta se convierte en poder. Se había abierto así un camino expedito para acceder a la riqueza y al poder a través del esfuerzo y de la necesidad de los demás.
El trípode sobre el cual descansa desde antiguo la especulación financiera: prestamista, intermediario y prestatario, ha sido a través de la historia el factor más perturbador de las relaciones humanas.
Hilos de todos los colores se fueron disponiendo cuidadosamente para formar esa enigmática urdimbre que fue requiriendo el agiotaje.
Se le atribuye al judío Simón Rubens haber librado la letra de cambio más antigua que se conoce.
Este instrumento, inventado por mercaderes judíos venecianos y genoveses, fue promovido y generalizado por los Caballeros del Temple, que eran los guardadores de los caminos y los protectores de los canteros y de los constructores.
Cuando alguien necesitaba emprender un viaje de peregrinación o de negocios, se ponía en contacto con los templarios y depositaba la cantidad de dinero que iba a necesitar en otros sitios y recibía a cambio uno o varios documentos (letras) que iba cambiando en cualquier casa templaria de su camino.
Los derechos que cobraban por las letras de cambio, amén de otros ingresos, hicieron de los monjes templarios la organización económica más poderosa de Europa y del Mediterráneo.
Para facilitar y apoyar el negocio de la especulación, los judíos idearon la bolsa. En Londres, Berlín, París, Frankfurt y Hamburgo, tuvieron un control absoluto sobre las primeras bolsas.
En las antiguas crónicas figuraban también Venecia y Génova como ciudades judías desde donde realizaban grandes transacciones comerciales y bancarias.
Judíos provenientes de Holanda aconsejaron y ayudaron a la fundación del Banco de Inglaterra, al igual que a la de los bancos de Hamburgo y de Amsterdam.
Las emigraciones judías a causa de expulsiones, persecuciones u otros motivos, produjeron fundaciones de bancos y bolsas en otras latitudes y también el traslado de los mercados de los metales preciosos.
Antes de haberse desarrollado la electrónica y de que los judíos se tomaran el control de los medios de masas, siempre mantuvieron un contacto íntimo que les permitió recibir información valiosa antes de que la obtuvieran los gobiernos de los países anfitriones, e incluso antes de que la conocieran los mismos diplomáticos de esos países y ello fue de incalculable valor para sus movimientos financieros. Se valieron de palomas mensajeras para enviar noticias de la Bolsa de Londres hacia Amsterdam y así nacieron las primeras agencias de noticias.
Una de las tácticas judías más recurridas para alcanzar sus fines, ha sido la de enemistar a unos pueblos contra otros, o a conglomerados entre sí. A los obreros, por ejemplo, les han hecho creer que los capitalistas que les explotan son los empresarios. Nada más falso, pues los verdaderos capitalistas son los prestamistas que facilitan dinero a los empresarios para poder realizar sus obras, pero bajo condiciones tan onerosas y tan duras, que los empresarios nunca se atreverían a utilizar con su obrero. Ambos pues, obreros y empresarios, son las víctimas indefensas de los verdaderos capitalistas.
Henry Ford, en su libro El judío Internacional, capítulo IV bajo el título: La Cuestión del Judaísmo, ¿Es real o imaginaria? dice: Una sociedad humana que con angustia va comprendiendo que es explotada cruelmente por los círculos poderosos de la raza judía, hasta el punto de poderse hablar de un POGROMO CRISTIANO producido por la miseria económica sistemáticamente organizada contra una humanidad casi inerme.
Más adelante, en el mismo capítulo sostiene: Pero el caso no es que entre los muchos déspotas financieros del mundo entero se encuentren algunos judíos, sino que dichos déspotas financieros sean exclusivamente judíos.
Shakespeare en El Mercader de Venecia escribió:
No es en tu suela, sino en tu alma, áspero judío, donde sacas filo a tu cuchillo. Ningún metal, ni aún el hacha del verdugo, corta la mitad de tu malicia aguzada.
...Pensad, os ruego, que estáis razonando con el judío. Tanto valdría iros a la playa y ordenar a la marea que no suba a su altura acostumbrada; podéis asimismo prohibir a los pinos de las montañas que balanceen sus altas copas cuando son agitadas por los ventarrones celestes; podéis, igualmente, llevar a cabo la empresa más dura de ejecución antes de probar el ablandamiento pues ¿hay nada más duro? de su corazón judío.
...Miserable inhumano, incapaz de piedad, cuyo corazón vacío está seco de la más pequeña gota de clemencia.

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