martes, 7 de julio de 2009

ANEXO No. 2

ANEXO No. 2

Citas de opiniones emitidas por Mariscales de Campo y
Generales del Tercer Reich sobre Hitler



El general Heinz Guderian, penúltimo jefe del Estado Mayor General, escribió acerca de Hitler:
Nacido de clase modesta, de escasa instrucción escolar y de educación casera, brusco en la expresión y en los modales, era ante nosotros un hombre del pueblo que se sentía mejor que en ninguna otra parte en el círculo de sus paisanos íntimos…Una cabeza de talento sobresaliente unida a una memoria no corriente… Sorprendía cada vez más por la retención de lo leído o lo escuchado en las conferencias: Hace seis semanas me dijo usted algo completamente distinto, era una réplica temida y acostumbrada en él, pues controlaba las contradicciones en las aseveraciones que se le habían hecho como si tuviera en su mano la nota taquigráfica de cada conversación… Tenía el don de revestir sus pensamientos con fórmulas claras y de remachar a sus oyentes con interminables repeticiones… Poseía por naturaleza un extraordinario don de palabra... ante los industriales hablaba de manera distinta a como lo hacía a los soldados; frente a los entuasiastas camaradas del Partido, de otro modo que a los escépticos; a los gobernadores civiles en forma diferente a como lo hacía a los modestos funcionarios administrativos.
La cualidad sobresaliente era su fuerza de voluntad… Fuerza tan sugestiva que para algunos hombres era casi hipnótica…
Hombres conscientes de su valor, valientes ante el enemigo, se doblegaban ante el efecto de sus discursos y quedaban callados ante sus conclusiones lógicas difícilmente rebatibles… así nació en Hitler, con el creciente aumento del Poder y del éxito en el exterior, la megalomanía: junto a la propia persona nada ni nadie podía valer más… Aun siendo así, si Hitler hubiera sido accesible a la censura y al juicio crítico, hubiese al menos escuchado y discutido, pero siempre fue un autócrata.
El general Neusinger; que como comandante de fuerzas blindadas lo trató de cerca, declaró que Hitler había tomado como modelo de su vida a Federico el Grande. Al principio se sentía incómodo y con cierto aire de inferioridad ante los generales de sólida preparación profesional como Von Brauchitsch, Von Kleist, Von Bock, Von Manstein y Von Kluge; luego ese sentimiento evolucionó hasta tratarlos con desprecio.
Agrega el general Neusinger que “raramente la naturaleza agrupó en un solo hombre contrastes tan grandes como en Adolfo Hitler. Por consiguiente, es en extremo difícil trazar en él un boceto verdaderamente coherente. Según la finalidad que buscaba, utilizaba una u otra de sus características: la dureza o la dulzura, la audacia o la circunspección, la desconfianza o la confianza, la tenacidad o la prudencia, la testarudez o la flexibilidad. Resultaba imposible prever sus reacciones y, por consiguiente, el comprenderlo.
Tenía una memoria como hay pocas – añade el general Neusinger -, y la facultad de discernir claramente lo esencial. A todo ello hay que agregar un incontestable talento oratorio. El conjunto de semejantes dotes le aseguraba tal superioridad en las discusiones, que aun generales de respuesta rápida y concisa, como Von Manstein, no podían enfrentarse a Hitler.
Su memoria y el talento que tenía de reducir las cosas a su más sencillo denominador le eran de gran ayuda… Cuando fracasaban todos los medios de persuasión, Hitler utilizaba en su calidad de Jefe de Estado y del Ejército, el recurso supremo: la orden. Pero creo que entonces no estaba satisfecho… No se podía “adivinar” a Hitler: a menudo era tierno y flexible, pero por lo general llegaba a la brutalidad en la dureza y a la testarudez en la tenacidad. Era esencialmente un temperamento de artista recubierto progresivamente con una triple coraza de inflexibilidad…
Conocía las armas y los efectos que producen, mejor que muchos generales, y gozaba de una imaginación fecunda para prever las modificaciones de las armas futuras, para las cuales hacía constantes sugestiones.
El propio general Neusinger, como otros muchos, refrenda que Hitler se opuso siempre a las retiradas. Ese pareció ser un punto débil de su concepción de la estrategia. Jamás transigió y alegaba que todo repliegue debilita la voluntad de resistencia del combatiente.
En los planes que Hitler trazó –agrega Neusinger-, la audacia de las ideas estratégicas se manifiesta siempre de manera notoria; la campaña de Noruega, la de Francia y la de los Balcanes son ejemplos muy claros.
El general Manteuffel sostuvo que Hitler tenía más rápidez para reconocer el valor de las nuevas ideas, de las nuevas armas y de los nuevos talentos; fue él quien dio a las fuerzas blindadas su preponderancia sobre las antiguas tácticas.
Tenía –dijo– una personalidad magnética, más bien hipnótica… Los que lo iban a ver empezaban a discutir sobre su propio punto de vista, pero gradualmente se encontraban sucumbiendo ante la personalidad de aquél, y al final de muchas ocasiones estaban de acuerdo, oposición a lo que originalmente habían intentado… había llegado a tener un buen conocimiento de los escalones bajos de la milicia, las propiedades de las diferentes armas, el efecto del terreno y del tiempo, la mentalidad y la moral de la tropas. En particular era muy hábil para estimar lo que las tropas sentían.
El mariscal Von Manstein (Lewinski), reconocido como uno de los más competentes profesionales de la guerra, hizo de Hitler el siguiente balance:
Poseía unos conocimientos y una memoria francamente asombrosos, así como una fecunda imaginación en todo lo tocante a materias técnicas y a problemas de armamento. Desconcertaba a todos con su capacidad para describir los efectos de las últimas armas, incluso de las del enemigo y para barajar las cifras de producción… Mi juicio, en suma, es que a Hitler le faltaba esa especial competencia militar que tiene su base en la experiencia y a la que nunca llegó a suplir su intuición. El defecto capital de Hitler, así en la esfera militar, como en la política, fue la falta de tacto, la carencia de mesura, que le permitiese distinguir lo asequible de lo inasequible.
La regla o apotegma de que nunca se peca por exceso de fuerza en el punto decisivo y la consiguiente necesidad de renunciar a frentes secundarios para salvar situaciones críticas o de afrontar un riesgo para acentuar el poder de persecución en el momento y el sitio de trascendente interés, era para él letra muerta. Y así hemos visto que en las ofensivas de los años 1942 y 1943 no acabó de sentirse capaz de jugárselo todo a una carta, que hubiera sido la del éxito.
El mariscal Wilhelm Keitel declaró después de la guerra que nunca en su larga carrera de soldado había conocido a un hombre que como Hitler poseyera planes de reformas militares tan amplias.
Todo soldado profesional confirmaría sin vacilaciones –declaró– que las dotes de mando y estrategia de Hitler causaban admiración. Muchas noches de guerra las pasábamos en su Cuartel General estudiando los tratados militares de Moltke, Schlieffen y Clausewitz, y en su asombroso conocimiento no sólo de los ejércitos sino de las armadas del mundo entero, denotaba su genio.

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